Los Estados, las empresas y las familias pueden recurrir a un préstamo cuando éste es beneficioso. Un ejemplo de estos préstamos “beneficiosos” es cuando el Estado quiere desarrollar grandes proyectos de infraestructura. Generalmente, recurre a préstamos de organismos financiadores porque sabe que el efecto de la inversión en la economía permitirá pagar la deuda adquirida y sus intereses.
Para una empresa, es muy difícil adquirir maquinaria al contado o comprar un nuevo local con sus propios recursos. Recurre entonces al financiamiento de la compra para poder crecer y ganar más después de pagar su deuda. La compra de equipo e inmuebles se convierte en una inversión. Tampoco las familias pueden ahorrar para comprar una vivienda, demorarían muchos años y los precios podrían volverse inalcanzables. Entonces recurren a un préstamo hipotecario y disminuyen otros gastos para poder cumplir con el pago de la hipoteca. Esta compra, que a largo plazo es una inversión, dará bienestar y seguridad a la familia y ahorrará el pago de alquileres.
No es razonable que una empresa contraiga un préstamo para pagar sueldos o una familia se endeude para comprar ropa, porque si no puede atender ese gasto tampoco podrá atender los pagos de la deuda.
En una economía sana, el dinero fluye llevando progreso y beneficio para todos. Lo que el Estado, las empresas y las familias gastan, alguien lo gana. Los impuestos que pagan las familias y las empresas son los ingresos del Estado. El gasto en sueldos de las empresas y del Estado es el ingreso de las familias y el gasto en bienes y servicios de las familias y el Estado es el ingreso de las empresas.